quarta-feira, 30 de maio de 2012

Santidad como estilo de vida.


Capítulo 10
10:31 Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.

Una de las más grandes berreras que impide que el creyente disfrute de toda la vida en abundancia que Cristo  ha prometido es el habito bastante común de dividir nuestra vida en dos áreas. La secular y la espiritual. Este problema se origina por el hecho de que, nosotros, que seguimos a Cristo, vivimos en dos mundos a la vez, el espiritual y el natural.  Como hijos de Adán vivimos en la tierra sujeto a las limitaciones de la carne y por el sencillo hecho de vivir entre los hombre dedicamos años de nuestras vidas a las cosas de este mundo. En violento con traste a eso tenemos la  vida del espíritu. Allí disfrutamos de otro tipo de vida, una vida superior; somos hijos de Dios; tenemos una posición celestial y gustamos de una comunión intima con Cristo.

Estos hechos nos lleva a dividir nuestra existencia en dos dimensiones. Inconsciente reconocemos las dos modalidades de procedimiento. Lo primero que asumimos es que ciertos comportamientos como: orar, leer la biblia, cantar himnos, frecuentar una iglesia y otras cosa semejantes son fruto de nuestra fe y no tiene relación con este mundo ( 2Co 5:1  Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos). La contra posición de esta vida religiosa está en nuestro comportamiento delante de las acciones seculares. Estas tienen que ver con todas las actividades comunes de la vida, de las cuales participamos juntamente con todos los demás: comer, dormir, trabajar,  cuidar de las necesidades del cuerpo, etc. En muchas de estas cosas no encontramos placer y nos sentimos mal delante de Dios por sentir que deberíamos estar haciendo algo que “realmente agrade a Dios”. A menudo nos dedicamos a nuestras tareas diarias con un sentimiento de profunda frustración. Afirmamos para nosotros mismo que llegará el día que dejaremos esta casa terrenal y ya no nos ocuparemos de estas cosas del mundo.

Eso es una contradicción muy antigua llamada «El Sacro y El Profano». La mayoría de los creyente se enredan en ella. No logran ajustar satisfactoriamente sus vidas a las demandas opuestas de estos dos mundos.

Creo que este estilo de vida es totalmente innecesario. Esta dupla vida del sacro-profano no tiene fundamento en el Nuevo Testamento  por lo tanto, una compresión mas acertada de la doctrina cristiana nos libertará del sufrimiento de este estilo de vida.

Jesús que es el ejemplo perfecto para nosotros, él no conoció esta vida dividida. Él vivió en la tierra sin presión desde su niñez hasta la cruz; él hizo un pequeño resumen de su relación con Dios con  estas palabras «porque yo hago siempre lo que le agrada. Juan 8:29» todos los sufrimientos que él soportó en su vida siempre tenían que ver con él ser el portador vicario de nuestros pecados.

La exhortación de Pablo para que hagamos todo para la gloria de Dios (I Cor 10:31) no es un mero idealismo religioso. Es parte integrante de la revelación de Dios al hombre y es necesario que sea aceptada como palabra de Dios. Para que no tengamos dudas de que debemos aplicar este principio en todas las áreas de nuestras vidas Pablo habla de dos cosas muy sencillas como comer y beber. Actividades que compartimos con los animales que no son eternos. Si en cosas tan sencillas como comer y beber, debemos glorificar a Dios, imaginas en cualquier otra cosas más trascendente que eso.

Algunos piensan que el problemas se radica en nuestro cuerpo terrenal. Pero Jesús no tuvo problemas con el cuerpo terrenal. El problema se radica en lo que hacemos con nuestro cuerpo. Las acciones practicadas por el cuerpo, cuando realizadas en pecado y contraria a naturaleza para la cual Dios las creó jamás podrán honrar a Dios. Siempre que nuestra voluntad introduzca en nuestros instintos alguna perversión moral, ellos dejaran de ser naturales y puros como Dios los ha creado y de esta forma nunca podrán redundar en gloria para Dios.

Lo que quiero decir es que un creyente con plena comunión con Dios todas su acciones son tan santas como la acción de orar, bautizarse o participar de la santa sena. Eso no significa reducir todo al nivel mundo sino llevar todo al plano espiritual. No basta reconocer este hecho. Si deseamos estar libre del dilema sacro-profano  y tener vida plena en Jesús estas verdades deben correr en nuestras venas y condicionar todos nuestros pensamientos. Es de extrema importancia que realmente pongamos en práctica el principio de vivir para la gloria de Dios actuando con firmeza y determinación. 

Pongamos en la práctica el principio de hacer todo nuestro trabajo como un sacerdocio. Hay que tener en mente que Dios toma parte hasta en las cosas más insignificantes de nuestras vidas y que aprendamos a reconocer en ellas Su presencia.

Otro engaño semejante al que estamos discutiendo con respecto al sagrado y profano es aplicar eso a los lugares.  Es increíble que algunas personas, después de leer el Nuevo Testamento sigan creyendo que algunos lugar son naturalmente santo y que otros no son. Este pensamiento ha traído oscuridad para el raciocinio del creyente.

Creo que la raíz de este pensamiento viene por el siguiente hecho: por 400 años los israelitas habitaron el Egipto y convivieron mucho tiempo con la idolatría que llegó a hacer parte de su vida. Cuando Dios les sacó de allí quería enseñarles el concepto cierto acerca de la santidad. Se manifestó a principio en una nube y una columna de fuego. Mas adelante después de la construcción del tabernáculo pasó ha habitar en el santísimo lugar. Dios usó muchas cosas para mostrar al pueblo de Israel la diferencia del sacro y lo profano. Había días santos, utensilios santos, ropas santas, sacrificios, ofrendas y varias otras cosas.

Por medios de estos símbolos el pueblo de Israel aprendió que Dios es Santo. Era justamente eso que Dios quería que ellos aprendieran. Dios no estaba ensañando la santidad de objetos o lugares sino sobre la santidad del Dios Jehová. Cuando vino Jesús el dijo «la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.... Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren». Juan 4:21, 23-24.

La santificación de ciertos días y lugares, aún que necesaria para instruir al pueblo, era una noción muy vaga de la santidad de Dios y desaparecieron delante de la adoración prestada en espíritu.

La suma de todo lo que dije es que todos los días de nuestras vidas son igualmente santo y todo lo que hacemos de igual manera debería también ser santo. Para terminar me detendré a aclarar dos puntos de este tema: Primero, no todo lo que hacemos tiene la misma importancia. El trabajo de Pablo de construir carpas no tuvo la misma importancia que la de escribir el libro de Romanos, pero ambas cosas fueron aceptadas por el Señor y ambas fuero hechos de adoración. Segundo, no todos los individuos tienen la misma transcendencia. Los dones que operen en el cuerpo de Cristo, que es la iglesia, varia mucho. En la historia hubo mucho predicadores, pero no todos tuvieron o tendrán la misma transcendencia para la iglesia y el mundo que Lutero o Wesley. Sin embargo el trabajo de un hermano menos dotado es tan santo y bendecido cuando que los nombres mencionados o quizás más.

No es lo que el hombre hace que determina si su obra es santa o secular, sino que el factor determinante es la motivación. La motivación es todo. Después que el creyente santificaqué el señor en su corazón, de ahí por delante no hará nada más como lo hacia antes.

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